Va a ser verdad que al que madruga Zeus le ayuda.
Tras mi primera visita a Venecia, descubrí un lugar con una belleza y una elegancia inigualables, uno de los pocos sitios que de verdad hace honor a su fama romantizada de enclave mágico y especial. También descubrí una ciudad abarrotada de turistas de la peor calaña, de masas de paletos, de hordas de sandalia y calcetín que se derramaban como un ácido corrosivo desde las grandes naves que atracan constantemente en el puerto.
Un año después de mi primer viaje a Venecia, me volví a encontrar en la ciudad del león alado camino de Eslovenia. Como mi vuelo aterrizaba en el aeropuerto veneciano de Marco Polo por la tarde y no tenía conexiones con Ljubljana, decidí pasar una noche en la ciudad.
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Apenas habían pasado un par de días desde la clausura del festival de cine, y Venecia comenzaba los preparativos para su famoso bienal de arte, por este motivo las ya exorbitantes tarifas hoteleras de la ciudad se encontraban en un punto álgido que rozaba el ridículo. Afortunadamente pude encontrar en Hostelbookers un pequeño hotel sin pretensiones ni delirios de grandeza que ofrecía tarifas razonables en una ubicación privilegiada cerca de la estación de Santa Lucía.
Si bien durante mi última visita a la ciudad había conocido la Venecia menos turística en el barrio judío y la zona del Dorsoduro, esta vez mi objetivo era el de descubrir la Venecia más famosa y aún así tener la ciudad para mí solo. Y lo conseguí (más o menos).
Odio madrugar, lo admito. Despertarme antes de que salga el sol me pone de un humor de perros y no consigo sacudirme la somnolencia hasta bien entrada la mañana. Sin embargo, para presumir hay que sufrir, y recorrer Venecia y sacar fotos como estas sólo es posible entre las 5 y las 7 de la mañana, antes de que lleguen los cruceros y despierten los turistas, cuando ni siquiera los venecianos se han acabado de desperezar.
Odio madrugar, pero poder andar por las calles de Venecia únicamente con mi sombra como compañía, detenerme en sus canales, admirar sus palacetes y descubrir una plaza de San Marco prácticamente desierta bien paga el precio de este madrugón veneciano.
El tiempo no acompañaba del todo, si bien no me puedo quejar. No llovía, no hacía demasiado frío y las nubes en el fondo daban un toque dramático y misterioso a la ciudad que empezaba a abrir los ojos.
Ohhh! Qué bonito! Y yo que siempre que he ido lo he visto de día…