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50 sombras de Brown – Cagando alrededor del mundo en 6 historias

Este es un post de mierda. No, en serio.

Hay pocas cosas que, como humanos, nos produzcan más vergüenza que lo relacionado con las emergencias del defecar. Pero a mí me gusta romper tabúes y la verdad es que, a lo mejor por el mismo hecho de ser tabú, a la hora de viajar, las historias escatológicas son de las más divertidas que se pueden contar.

Hace un tiempo hablaba en el blog de las formas de mear por el mundo, uno de los posts más populares de este blog. Hoy hablaremos, no de formas de cagar, sino de anécdotas divertidas relacionadas con el hacer del vientre.

Papel higienico

Algunas de las historias son totalmente personales, pero como todo el mundo hace caca, también he entrevistado a conocidos y amigos que me facilitaron sus experiencias más viajeromerdosas.

Os aviso, se viene un marrón.

Historias propias

Esta es una colección de historias de mierda de mi propia cosecha.

El upgrade más vergonzoso de mi vida

Dónde: Hotel Flamingo, Parque Nacional de Morrocoy,
Cuándo: Hace muchos años

No sé qué tiene Venezuela que me estriñe como ningún otro país. La mezcla de una gastronomía alta en harinas (hola, señora arepa) y baja en fibras puede estar detrás del hecho de que viajar por el país caribeño me deja más taponado que Carmen Machi.

Pues bien, este hecho ocurrió en mi adolescencia, en un viaje familiar con mi madre y mi primo al Parque Nacional de Morrocoy, en el noroeste del país. El plan era pasar una semana de sol y playa en una de las zonas más paradisíacas del Caribe continental en familia. Aún no lo sabía, pero el hecho de que el nombre de la ciudad en la que pernoctamos fuese “Tucacas” (y no, no me lo invento), iba a ser un indicador de lo que venía.

Ya llevábamos unos cuantos días de vacaciones y yo aún no había tenido ninguna reunión con el señor Roca, cosa que tampoco era muy de extrañar, ya que mi regularidad intestinal brillaba por su ausencia en esa época. Al final, después de tres días de espera durante los cuales me había hinchado a comer como un cerdo, por fin sentí el llamado de la naturaleza en forma de dolor de estómago fulminante.

Lo recuerdo como si fuera ayer. Eran las 10 de la noche aproximadamente y me dirigí al baño de la habitación, con sigilo y alevosía.

Salvo por el hecho de que había pasado un poco más rato del habitual en el tema y que el esfuerzo que tuve que hacer para evacuar fue superior a la media, todo fue bastante poco reseñable. Esta era la época antes de que existieran los smartphones, así que sin mucho remolonear me dispuse a tirar de la cadena para dar por concluída la faena.

Horror.

Los desechos fecales, que en condiciones normales se habrían marchado sin problema estaban amontonados contra el agujero del desague, bloqueando completamente la salida del agua.

Corrijo, se trataba de un único resto fecal, que de no haber tirado ya de la cadena lo habría bautizado, aguantaba inmutable la presión del agua. El sudor frío se apoderaba de mi frente mientras veía el nivel del agua subir sin remedio. No sé si habréis estado en , pero allí los retretes están llenos de agua hasta arriba y tienen, en general, menos potencia de succión (por eso no aguantan papel).

Ante la inexorabilidad de mi fatal destino en el que el agua rebosaba de la taza como si de una macabra fuente se tratase, sentí que me cagaba de nuevo.

Para mi fortuna, la cisterna infernal cesó su goteo justo cuando el nivel de agua besaba el borde de porcelana. No se llegó a derramar nada.

Genial, pero la mierda seguía allí, en el fondo.

Después de pensar en mil formas de deshacerme de mi crimen, cada una más inverosímil o asquerosa que la anterior, decidí darme por vencidos y salir con la cabeza baja y pedirle ayuda a mi señora madre.

Algo que creo que nunca he explicado es la dinámica de mi familia, algo “especial” en según que cosa. Lejos de una respuesta comprensiva y útil, mi mamá es de aquellas madres que ante la noticia de que su hijo acaba de plantar un pino monumental y atascado un retrete se levanta de la cama a ver la obra mientras se muere de la risa y se burla.

Creo que nunca había pasado tanta vergüenza en mi vida, o eso pensaba antes de saber lo que venía.

Mi madre tampoco supo qué hacer con el regalito, por lo que sólo había una opción posible. Llamar a recepción.

El personal del hotel amablemente subió a la habitación para intentar desatascar el retrete embozado, cuyo nivel de agua no había bajado un milímetro desde que toda la crisis empezó. Tras numerosos intentos con el desatascador, decidieron darse por vencido y esperar a que viniese un fontanero al día siguiente.

Como el hotel estaba casi lleno, al final acabaron reubicándonos en una habitación superior. De más está decir que el par de días de vacaciones que vinieron luego el tema de conversación de mi madre y mi primo consistió en una mofa constante del episodio que en mi historia familiar se vendría a bautizar como “La gran cagada”.

La cuestión India

Dónde: India, da igual la ciudad.
Cuándo: 2009

Existe la diarrea del viajero, y luego está India.

Cuando el nombre entero de una aflicción como la diarrea espontánea que da al viajar y la capital de un país se asocian para formar términos como la Delhi-belly, podemos decir que hay destinos con un riesgo más alto de generar historias escatológicas que otros.

En el caso de India, es un todo, un clima caluroso, el uso de especias exóticas, la abundancia de frutas y la dudosa procedencia de muchos alimentos se conjuran en este país asiático para hacer un festival intestinal de proporciones épicas. Cuando a este cóctel le agregamos aguas con microorganismos ajenos y bacterias a tutiplén, tenemos la receta para la diarrea perfecta.

En la India tuve varias experiencias merdiles, pero la que más recuerdo sucedió en el templo de Krishna de Bangalore, un inmenso complejo religioso financiado en parte por la secta de los Hare Krishna radicados en el extranjero.

Una de las cosas que me ayudó a ahorrar mucho dinero en mi periplo indio fue el hecho de que en muchos de los templos más grandes hay restaurantes populares con precios de risa y comida buena.

Buena pero matona.

Después de comer en una de estas cafeterías-restaurantes del grandioso templo de Krishna, empecé a encontrarme algo incómodo (estomacalmente hablando). Siendo como soy, ignoré los síntomas y seguí mi recorrido turístico por las inmediaciones.

Tras unos quince minutos mi barriga se hartó. La incomodidad se convirtió en una especie de cuervo que revoloteaba en mi interior, licuando de paso todo lo que encontraba. Empecé a encontrarme mal y salí corriendo en busca del lavabo.

Tal y como mencioné más arriba, el de Krishna no es un templo cualquiera, sino un complejo laberíntico con salones, pasillos y escaleras. Recuerdo aún la sensación de correr descalzo por el mármol frío del suelo mientras apretaba los esfínteres con toda mi fuerza.

No aguanto, no aguanto, no aguanto.

Por fin, cuando pensaba que me iba a desmayar (y a cagar encima ya de paso), veo el baño. Entro corriendo, me bajo los pantalones y me pongo de cuclillas sobre la mugrienta letrina como si no hubiese un mañana.

Lava, lava ardiente.

Una cosa que tiene la comida india es que pica al entrar, pero pica bastante más al salir.

Después de lo que parecieron horas, acabé de evacuarlo todo. ¡Qué alivio! Pensé.

Con las prisas y la urgencia no me había planteado, hasta ese momento, que estaba en una letrina típica india, con todo lo que eso conlleva.

Y es que en las letrinas indias, al igual que pasa en la mayoría de Asia, no hay papel higiénico. En su lugar hay una manguerita (o un barreño, dependiendo de la categoría) con la que limpiarse el culete.

¿Que cómo te aseguras de que queda limpio?

Me alegra que preguntes, para eso tienes tu mano izquierda.

Qué bien que en mi mochila lleve siempre papel higiénico. Qué mal que te obliguen a dejar la mochila en el guardarropa a la entrada del templo.

Y de esta manera la diarrea me quitó unos cuantos complejos y prejuicios viajeros.

Mi secreto viajero mejor guardado

Dónde: Por todo el mundo.
Cuándo: Desde el 2010 más o menos.

¿Qué tienen en común el hotel Hilton de Budapest, el Adlon Kempinsky de Berlín o el Barceló Raval de Barcelona?

Además de una cantidad de estrellas similar, todos son hoteles que estaban cerca en un momento de apretón inoportuno. También son hoteles en los que me he colado para quitarme un peso de encima.

Y funciona.

El secreto es que, a menos que vayas demasiado desaliñado, puedes entrar en el lobby de cualquier hotel y pasar directo al baño sin que a nadie le importe. La mayor parte de hoteles de categoría superior tiene servicios adyacentes a la recepción.

Al staff del hotel por lo general o le da igual que entres a cagar o prefiere dejarte pasar antes que molestar a un potencial cliente preguntando por sus intenciones fecales.

En el peor de los casos, siempre puedes fingir que estás esperando a un amigo en el lobby y vas un momento al baño.

En serio, esto funciona.

Cagadas ajenas

Esta es una recopilación de historias embarazosas de personas que conozco, los nombres han sido cambiados para proteger su privacidad. Poco sorprendentemente, todas las respuestas fueron de chicos.

El arte de la diarrea

Quién: Mi amigo Antonio.
Dónde: Magritte Museum, .
Cuándo: 2014.

Estaba en el Museo Magritte de Bruselas, después de comer un plato inmenso de mejillones con limón y un par de cervezas en una terraza.

No sé si fueron los mejillones, la birra o tanto surrealismo junto, pero antes de darme cuenta estaba corriendo escaleras abajo buscando el lavabo.

Por la ley de Murphy cuando llegué al baño lo estaban limpiando y no se podía entrar. Esperé unos cinco minutos en la puerta, que parecieron horas, mientras mi cara se arrugaba progresivamente hasta el punto de que ni mi madre podía haberme reconocido.

Por fin, la señora de la limpieza abrió la puerta. Salí corriendo, abrí la puerta del cubículo, me bajé los pantalones.

Demasiado tarde.

Un par de calzoncillos Calvin Klein que se fueron a la basura.

El arroz de la discordia

Quién: Mi amigo Xavi.
Dónde: Japón.
Cuándo: 2013.

Comí tanto arroz en Japón que estuve una semana totalmente taponado. No fui al baño hasta la vuelta a Barcelona. Un boeing aterrizó en el aeropuerto de El Prat ese día, si sabéis a lo que me refiero.

La pesadilla de Ryanair

Quién: Mi amigo Xavi (otra vez).
Dónde: Aeropuerto de El Prat (otra vez).
Cuándo: 2015.

Hace un mes o así me pilló una diarrea explosiva en el aeropuerto de El Prat antes de viajar a Santander. Viajar con Ryanair es una mierda de por sí, pero perder un vuelo porque no te podías levantar de la taza está a otro nivel.

El caso es que hasta los viajeros más expertos pueden verse sometidos a alteraciones intestinales imprevistas al cambiar sus hábitos alimentarios.

Una opción es adelantarse a los imprevistos y contar con probióticos intestinales como ProFaes4 Viajeros, que ayudan a mantener el equilibrio de la microflora intestinal durante los viajes.

Soy Luis Cicerone, creador de xixerone.com y viajero incansable. Mis pasiones, además de recorrer el mundo, incluyen los gatos, la comida, las series y la arquitectura.