Miyajima fue en sí misma todo lo que esperaba de mi viaje a Japón y más, mucho más.
De la existencia de esta pequeña isla al sur de Hiroshima me enteré gracias al blog de Kirai y la verdad es que no me arrepentí un ápice de cambiar el frenetismo de Tokyo y el turismo sobre-idealizado de Kyoto por Miyajima. Ya he encontrado mi propia fantasía japonesa para idealizar.
Y hago lo posible para escribir esta nota sin utilizar frases como “detenida en el tiempo”, pero me va a ser complicado. Miyajima es la epítome del exotismo japonés y a la misma vez está cargada de esa familiaridad que los clichés viajeros siempre traen.
A esta isla, la más sagrada de todas las que hay en Japón se puede acceder fácilmente gracias a un servicio de ferry que la conecta con Hiroshima. Desde el barco mismo ya puede notarse que la isla tiene un aura diferente, es como estar en una película de Hayao Miyazaki pero de carne y hueso.
El tiempo no acompañó del todo, las lluvias eran intermitentes y las brumas perennes, pero no importaba. Miyajima es perfecta en cualquier condición atmosférica.
Su templo es una joya de la arquitectura tradicional japonesa. Construido a modo de palafito, la estructura bñanca y roja parece flotar a la deriva en los momentos de marea alta.
Y en el agua se encuentra también el monumento más celebrado de la isla, el famoso torii o puerta del templo. Un portal más espiritual que físico que hace las delicias de cualquier aficionado a la fotografía.
Parte del encanto de la isla, además obviamente de su majestuoso torii, son los pequeños ciervos que la habitan. Al igual que sucede con los monos de las islas malasias, los venados nipones han perdido completamente el miedo a los humanos, y aunque las autoridades aconsejan explícitamente no tocarlos ni alimentarlos, a veces se hace dificil cumplir las reglas, especialmente cuando te encuentras de repente un hocico robándote el Manjii del bolsillo.
Una especie de parque temático cuando brilla el sol, la isla es, paradójicamente, un desierto bajo la lluvia. La mayoría de turistas que se atreven a acercarse no se alejan de la zona del puerto y el templo, dejando a los más aventureros los placeres de su zona interior, salpicada de templetes y pagodas y adornada con árboles de cerezo que en abril se encontraban en plena flor.
Si un día de lluvia apenas se avista un alma en la isla, las noches de lluvia son sinónimo de soledad casi absoluta. El silencio de Miyajima puede oírse a kilómetros a la redonda.
Los turistas y domingueros que invaden la ciudad durante el día suelen irse con el último ferry, por lo que es muy recomendable quedarse la noche en uno de los múltiples ryokan u hoteles tradicionales japoneses de la isla.
El constante flujo de turistas garantiza una oferta gastronómica amplia y variada… durante el día. Cuando cae la noche apenas se mantienen abiertos un puñado de restaurantes, la mayoría especializados en pescado y ostras, una delicatessen que hay que probar.
En general, la isla de Miyajima es un lugar único, en el que las brumas de un día de lluvia son una bendición, las ostras son deliciosas y los venados te roban la merienda de los bolsillos.
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