Ayer volví a Oxford Street.
Hacía frío.
Llovía, por supuesto que llovía, es Londres.
Frenética, luminosa, mojada. Un ejército de paraguas coloridos chocaban entre sí, mientras sus portadores se miraban con indiferencia. Los menos precabidos buscaban las cornisas para evitar la casi perenne llovizna londinense. Yo no, yo iba por el medio de la acera, sin paraguas, sin capucha, pero con una sonrisa marcada en la cara.
Respiraba, mirando los escaparates como un niño en una tienda de caramelos, absorbiendo cada ornamento, cada ventana, cada friso que veía.
Y olía a Londres, a esa mezcla particular de vinagre y frituras, a moqueta, al perfume que emana de Debenhams, a la madera de los pubs.
No llevaba cámara, pero me daba igual, Oxford Street no se olvida.
Ayer volví a Oxford Street, y fue como si nunca me hubiese marchado.
Te leí porque me gusta la forma en la que piensas, y sinceramente, debo admitir que no muchas cosas me parecen tan buenas como para lamentar que terminen, para dolerme así..
No se si se entiende, porque es algo complicado.
Creo que hiciste arte, porque yo creo que las cosas que te provocan este tipo de sentimientos merecen llamarse arte.
El sentimiento en si es algo así como la sensación de viajar a la otra punta del mundo y gastarse un par de horas en estar tirado en un parque, mirando el cielo, y escuchando tu canción preferida.
O sentarte bajo la lluvia, mojándote, mientras que observas a la gente pasar.
O que te ataque ese abrumamiento de la nada, que te provoca lagrimas, por nada y por todo, porque si, mientras que las cosas a tu alrededor siguen como si nada…
loved it
Gracias Inocencia!
@xixerone_ enamorado http://t.co/bcLAr2L0 #viajes
Wuauu… Muy evocador! Felicidades y gracias por la entrada!
Muchas Gracias!
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