Hoy toca desnudarme.
Estoy escribiendo este post sentado en un café de Berlín, ciudad en la que estoy viviendo desde hace unos meses.
Atardece y el cielo toma unas tonalidades rosadas que hacía tiempo que no veía. Hacía mucho que el cielo berlinés no se dejaba ver sin su gruesa capa de nubes blancas tapándolo como un manto. Por fin está aquí la primavera.
A medida que el cielo rosa se tiñe de un color ciruela no puedo evitar pensar que desde hace unos meses que mi vida se ha convertido, en muchos sentidos, en un viaje permanente.
Todos los ingredientes de un viaje típico están allí, un desplazamiento de lugar, una cultura diferente, un nuevo idioma que no hablo, una nueva vida y una mochila ligera que va engordando con los días.
Berlín es una ciudad que desde siempre me ha fascinado y cada día. Miento, cada fin de semana, es una suerte de aventura en la que descubro nuevos rincones de esta inmensa capital que es todo lo que un urbanita recalcitrante como yo podría desear. Historia, gente, tiendas, bares y restaurantes para aburrir y una de las mejores escenas museísticas y culturales de Europa son algunas de las características que definen este lugar.
Sin embargo, y sin despreciar todas las cosas buenas que este cambio de vida me da cada día, veo también otra cosa asentarse como una capa gris que se cierne sobre mí, la rutina.
El cielo ya es de un color negro profundo y alguna estrella empieza a asomarse tímidamente entre las nubes aisladas.
No soy un turista, me digo a mí mismo. No estoy en Berlín de visita. Simplemente he recogido los trozos de mi vida, los he movido y vuelto a ensamblar en Alemania. Soy un expat, un inmigrante más entre el millón que ya están instalados aquí.
He venido a tierras teutonas con un empleo bajo el brazo, un trabajo de oficina no demasiado distinto al que tenía en España, quitando, claro está, las diferencias inherentes al hecho de que Berlín no es Barcelona (afortunadamente).
¡Vaya contradicción! Hace unos meses no quería nada más que coger mis maletas y largarme de Barcelona, una ciudad que me estaba asfixiando.
Y como buen introvertido, siempre he tendido a psicoanalizarme como si no hubiese un mañana. Y de estas sesiones de pacotilla sacaba conclusiones sobre por qué soy como soy. Una de estas grandes hipótesis decía que mi afinidad por viajar estaba relacionada con lo poco que me gusta la rutina, mezclado con el hecho de que estaba en una ciudad en la que no me sentía bien.
Como mucha otra gente, viajo para evadirme de mi día a día, para estar solo y poder oírme pensar o para estar solo y dejar de pensar del todo. Viajo para ser yo mismo y para tener la oportunidad de ser otra persona durante un tiempo.
Ya ni siquiera sé si lo que escribo tiene sentido.
Y tengo miedo. Miedo de que se pase esa sensación de novedad pronto, miedo de que las cosas que me encantan de Berlín empiecen a ser opacadas por aquellas que empiezan a crecer como molestias. Que Berlín me agobie como me agobió en su día Barcelona. Después de todo, ningún lugar es perfecto. En Berlín aún se fuma en los bares, no se puede pagar con tarjeta en ningún sitio y la burocracia no habla otro idioma que el alemán (que yo no hablo).
Pero por encima de todo, supongo que el principal miedo que tengo es que el problema no haya sido Barcelona, y que no sea Berlín, sino que el que está tarado sea yo. Y creedme, probablemente este es el caso.
Nunca he sido un viajero de largos viajes, y a la vez llevo la mitad de mi vida viajando. El viaje “oficial” más largo que jamás he hecho ha sido de un mes en la India, pero en realidad todo el tiempo que ha pasado desde que salí de mi casa a los dieciséis años, con una maleta de 30 kilos y un billete de vuelta que nunca usé puede considerarse un viaje.
Llevo media vida viajando, y aún no sé dónde me siento en casa.
A lo mejor todo esto es simplemente un arrebato, un berrinche sin sentido provocado por la falta de algún viaje en el futuro cercano, por la añoranza que siento de asomarme por la ventana de un avión y ver algo que nunca haya visto antes.
A lo mejor necesito hacerle caso a mi logo, levantarme y viajar.
Hola Luis,
Muy bueno tu artículo y la forma de desnudar tus sentimientos ante nosotros. Puede ser que la rutina te termine cansando, puede ser que Berlín sea o no el lugar que te enganche y enamore, o no y tengas que seguir buscando, realmente pienso que no estás tarado jeje, sino que llevas dentro el espíritu del aventurero y que puede que aún no hayas encontrado tu sitio. Cuando busques tu lugar, más que fijarte en la grandeza de la ciudad, sus monumentos y oferta cultural, fíjate en sus gentes pues la vinculación con ellas serán las que te hagan sentirte identificado y termine enganchándote con ese pequeño rincón del mundo :-))
Un saludo. Luis.
Cuando tú salías con tu maleta hacia Berlín yo llegaba con la mía a Barcelona después de dos años en Nicaragua.
Es muy interesante lo que comentas acerca de la rutina, porque intenta atraparnos en cualquier sitio, no importa la belleza del lugar o lo felices que seamos allí.
No es fácil descubrir la ciudad en la que vives con la mirada curiosa y receptiva del viajero. Me estoy esforzando para hacerlo aquí. En ocasiones me agobia Barcelona, pero todavía no me molesta.
Bienvenido al club de los tarados.
Gracias por el comentario, Joan… y por la bienvenida…
Me identifico con mucho de lo que tu expresas, desde pequeña me fascinaron los mapas, los relatos de viajes, la fotografía …..y siempre soñé con poder viajar. Tuve la suerte de poder recorrer Europa por 5 meses a los 25 años y hasta hoy estoy fascinada con ello. Después he viajado a otros lugares, pero siempre me gusta volver a mi provincia, al pie de Los Andes, no creo que la pueda cambiar por nada.
Haces referencia al idioma, creo que para conocer un lugar es necesario hablar su lengua, por ello desde hace un tiempo viajo mucho por mi extenso país ( Argentina) y Latinoamérica. Me interesaron tus artículos sobre la fotografía en cementerios.
Disfruta Berlín , y suerte!
Gracias por el comentario Marta!
Un saludo desde Berlín
Qué ganas tenía de leerte así otra vez, desde las entrañas :)
Supongo que me siento identificada por el tema de la rutina… aunque en mi caso, sí me iría a dar una vuelta al mundo ahora mismo. No lo hago por mis circunstancias actuales, pero me reconcomen esas ganas de dejarlo todo y viajar hasta cansarme… Cada uno, al fin y al cabo, tiene sus razones. Pero creo que eso de rallarse como lo haces tú es muy común; al menos, tranquilo, a mí también me pasa. Creo que tarado no es el que piensa así, sino el que se conforma día a día con hacer lo mismo.
Pero nada, para ambos, al final la terapia son los viajes, así que… ¡a viajar!
saludos,
Irene
Pues, ¿a dónde vas? Me relaciono mucho con ese artículo…pero no sé que decir. ¡Buena suerte!
Tengo la necesidad de dejarte un comentario pero no sé muy bien que decirte, creo que en algunos aspectos que mencionas tenemos vidas paralelas y a mi también me asusta pensar que no es Barcelona, no es Berlín es uno mismo.
No quería escribir un mensaje opaco pero realmente me he quedado reflexionando y con la mente en blanco.
Un saludo Luis,
Jesús.
¿Te das cuenta de que la rutina es uno de los grandes males del Hombre? La rutina es nefasta para las relaciones de pareja, para la productividad en el trabajo y sí, también para “vivir” una nueva ciudad y descubrirla cada día.
Desgraciadamente yo aprendí esta lección cuando mi etapa en Holanda casi había llegado a su fin. Entonces me di cuenta de que la rutina y los quehaceres diarios, me habían apartado de esa sensación de conocer el país con esa curiosidad que tiene el turista, pero sin serlo…
Así que ya sabes, levántate y viaja! ;)