Uno de esos lugares en los que puedes ver a niños erguidos, brazo derecho en alto, haciendo el saludo romano junto a Hitler mientras su sonriente madre les hace fotos con su iPad, todo bajo la atenta mirada de Beyoncé y David Beckham. ¿A quién no le encanta Madame Tussauds?
Tras dos horas haciendo cola bajo la eterna lluvia de Londres y de que me requisaran el trípode en la entrada, ergo las fotos de este artículo salieron de todo menos nítidas, logré entrar. Ante mí se extendía el museo de cera más reputado del mundo. Un fastuoso mundo de maquillaje, purpurina y ojos de cristal que provoca a dosis iguales curiosidad y repelús.
No sé si era la lluvia o el hecho de que fuese sábado, pero el museo/atracción/trampa para turistas se encontraba a reventar. Ese día se dieron cita en el museo multitud de familias con niños que corrían en zigzag por las alfombras rojas del local y prácticamente más carricoches que personas a pie. La humanidad era tal que, a veces, no podía diferenciar entre las estatuas de cera y las madres de familia numerosa (salvo por ese punto de histeria homicida en las pupilas de las segundas).
Hitler, el papa, niños, ruido… era como una pesadilla inverosímil hecha realidad.
Pero ahí estaba yo, en el medio de una habitación decorada como una discoteca de Lloret de Mar, junto a Kate Winslet. Un niño se acababa de llevar un cachete por manchar de pegajosa piruleta el brazo de Hermione.
Ahí estaba yo. Y no sabía por qué. Bueno, sí que lo sabía.
En el fondo me sentía algo culpable por haber querido visitar Madame Tussauds, querer ir Madame Tussauds es en cierta forma como confesar que, muy en el fondo, disfruto con las canciones de Camela, es uno de esos secretos inconfesables, casi atroces, un guilty pleasure, como se diría en inglés.
Y pues sí, antes de viajar a Londres escribí un email a la sala de prensa del museo para averiguar si podían proveerme de un pase. Después de todo, no estaba dispuesto a gastarme 30 libras esterlinas (36 euros) en ver las estatuas (más o menos logradas) de Lady Gaga o Camilla Parker Bowles.
Eso, fui porque me salió gratis. No fue más que un esfuerzo altruista hacia mis lectores… ejem.
Y si me ha costado confesar que desde el primer momento me interesaba asistir al festival kitsch que es Madame Tussauds, más me está costando ahora mismo confirmar que la experiencia en sí no fue del todo una tortura.
Si bien la señora Tussauds y yo empezamos con el pie izquierdo, a medida que avanzaba mi visita y mi paseo entre las esculturas de algunas de las figuras más destacadas de las artes y la Historia Universal como Cristóbal Colón, Shakespeare, Leonardo Da Vinci o las Spice Girls, más iba apreciando la deliciosa ordinariez de la experiencia.
El punto álgido de la visita lo tuve en The Spirit of London, una atracción subterránea repleta de autómatas, música y luces en la que recorres la historia de Londres desde su fundación hasta la actualidad pasando por la peste bubónica, la era victoriana o los fabulosos 60. Vamos, como la inauguración de las Olimpiadas del 2012, pero en (más) hortera (ver vídeo más abajo).
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